Cómo se forman los hábitos y cómo cambiarlos, desde un enfoque conductista

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5/8/20244 min read

Los hábitos son esos compañeros silenciosos que marcan el rumbo de nuestro día a día. Desde levantarnos y revisar el celular antes de salir de la cama, hasta la forma en que reaccionamos frente a un comentario incómodo, todos están sostenidos por un mismo principio: la repetición de conductas bajo determinadas condiciones de refuerzo.

La psicología conductista, y en particular el conductismo radical de B. F. Skinner, nos ofrece una lupa científica para entender cómo se forman y, lo más importante, cómo se transforman los hábitos. No se trata de “fuerza de voluntad” mágica ni de misterios internos, sino de leyes claras del comportamiento humano que podemos aplicar en la vida cotidiana.

El origen conductista de los hábitos

Skinner planteó que todo comportamiento está influido por sus consecuencias. Cuando hacemos algo y recibimos un resultado placentero o útil, esa conducta se fortalece. Si, en cambio, la acción trae consecuencias neutras o desagradables, es probable que desaparezca con el tiempo.

Pensemos en algo sencillo: tomarse un café en la mañana. La primera vez que lo probamos quizá no nos gustó tanto, pero si notamos que nos mantiene despiertos y atentos, el efecto se convierte en un reforzador. Así, la conducta de preparar café cada mañana se repite hasta convertirse en hábito.

En otras palabras, los hábitos no son más que conductas repetidas en contextos similares, reforzadas sistemáticamente.

El papel de los estímulos y las consecuencias

Los hábitos no se forman en el vacío. Hay estímulos antecedentes que disparan la conducta (la alarma del despertador, el olor del café, la notificación en el celular) y consecuencias que la mantienen (sentirse despierto, entretenerse, sentirse conectado).

Este ciclo se conoce como contingencia de tres términos:

  1. Estímulo antecedente → despierta la conducta.

  2. Conducta → acción que realizamos.

  3. Consecuencia → refuerzo o castigo que sigue a la conducta.

Ejemplo práctico:

  • Estímulo: notificación en el celular.

  • Conducta: abrir redes sociales.

  • Consecuencia: obtener gratificación inmediata (likes, mensajes, entretenimiento).

¿Resultado? Esa conducta se repite.

¿Por qué es tan difícil cambiar un hábito?

Si ya sabemos que algunos hábitos nos perjudican (como procrastinar, fumar o pasar demasiado tiempo frente a pantallas), ¿por qué cuesta tanto eliminarlos?

El conductismo responde claro: porque las consecuencias inmediatas suelen ser más poderosas que los beneficios a largo plazo.

  • Fumar puede dar un alivio rápido al estrés, aunque perjudique la salud a futuro.

  • Procrastinar alivia la ansiedad momentánea de enfrentarse a una tarea difícil, aunque después aumente la presión.

Nuestro cerebro tiende a elegir reforzadores inmediatos. Esa es la clave para entender la resistencia al cambio.

Estrategias conductistas para cambiar hábitos

La buena noticia es que, así como los hábitos se aprenden, también pueden desaprenderse o modificarse con estrategias conductistas:

1. Control de estímulos

Si los antecedentes activan la conducta, podemos modificar el ambiente.

  • Si quieres dejar de comer dulces, no los tengas en casa.

  • Si quieres hacer ejercicio, deja la ropa deportiva lista la noche anterior.

2. Reforzamiento diferencial

Consiste en reforzar conductas alternativas y dejar de reforzar la no deseada.

  • En lugar de revisar el celular al despertar, reforzarte con un café o música favorita después de levantarte de inmediato.

3. Moldeamiento

No es necesario un cambio radical de golpe. El moldeamiento propone reforzar aproximaciones sucesivas a la conducta deseada.

  • Si tu meta es correr 5 km, comienza caminando 10 minutos diarios y refuérzate por ese progreso.

4. Economías de fichas y autorrefuerzo

Diseñar sistemas de recompensa puede ser muy útil. Por ejemplo, darte un “punto” cada vez que completas una tarea y cambiar esos puntos por un premio semanal.

Ejemplos cotidianos de cambio de hábitos

  • Hábito de estudio: En lugar de “estudiar todo el día” (meta difusa y poco reforzante), programa sesiones cortas de 25 minutos y refuérzalas con 5 minutos de descanso agradable.

  • Ejercicio físico: Reemplaza el castigo de “tengo que ir al gimnasio” por un reforzador inmediato: escuchar tu podcast favorito solo durante el entrenamiento.

  • Alimentación: Usa reforzadores visibles, como marcar en un calendario cada día que cumplas tu plan de comidas.

La clave: diseñar contingencias, no confiar solo en la voluntad

Desde un enfoque conductista, la fuerza de voluntad es un recurso poco confiable porque depende de estados internos fluctuantes. Lo verdaderamente efectivo es estructurar el ambiente para que los reforzadores trabajen a tu favor.

El hábito no se rompe con prohibiciones abstractas, sino con un rediseño del contexto: eliminar estímulos que disparan conductas no deseadas y potenciar las consecuencias de las conductas que sí queremos mantener.

Conclusión

Los hábitos son conductas aprendidas y mantenidas por refuerzos, no cadenas inamovibles. La psicología conductista nos enseña que cambiar es posible si entendemos cómo funciona el ciclo de estímulo–conducta–consecuencia y lo manipulamos a nuestro favor.

Así, dejar de procrastinar, mejorar la alimentación o incorporar ejercicio no es cuestión de “magia” ni de culpas, sino de aplicar ciencia en la vida diaria. Y al final, esa es la buena noticia: si aprendimos nuestros hábitos, también podemos aprender otros que nos acerquen más a la vida que queremos.

🔎 Referencias

  • Skinner, B. F. (1953). Science and Human Behavior. Free Press.

  • Catania, A. C. (2013). Learning (5th ed.). Sloan Publishing.

  • Kazdin, A. E. (2012). Behavior modification in applied settings (7th ed.). Waveland Press.

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